miércoles, 9 de diciembre de 2009

Casos de infidelidad




Un amigo está sumamente confuso porque hace tres meses ha descubierto que su recibo de luz viene un 70% menos de lo que normalmente le llegaba. Al principio no se hizo problemas porque pensó que el sistema se había equivocado justo con él y esto había sido una especie de retribución a su enorme disciplina fiscal que mantuvo durante toda una vida de contribuyente y pensó que lo justo era que dejara de pagar ese porcentaje porque al fin le devolverían un poquito de lo mucho que él había declarado honestamente en este servicio.

Al segundo mes siguió pensando lo mismo, sólo que ahora decidió poner sobre aviso a los ejecutores de cobranza de tal manera que no tenga problemas legales posteriormente, estos le avisaron que no se haga mayor confusión y que continúe con el sistema, que aprovechara el error y que compartiera en todo caso el sobrante con ellos. Como suele suceder en estos casos, persistió en la falta, se guardó el dinero para compartirlo con los que llegaban a su domicilio a leer su medidor y le restó importancia a su infidelidad con el resto de contribuyentes.

Un profesor trabaja como efectivo policial y viceversa. Llega todas las mañanas de manera puntual a su colegio y realiza sus funciones de un buen profesor de matemáticas. Es correcto al hablar, es cumplidor son sus documentos a presentar, casi nunca falta el respeto a sus alumnas y menos a sus colegas. Digamos que “no quiere tener problemas” y sólo se dedica a cumplir con todo lo que le dicen.

Llega a su casa, almuerza y rápidamente se baña y se viste con el sagrado uniforme policial y se dirige a una de esas oficinas administrativas de nuestro órgano que custodia el orden y cumple sus funciones de manera “leal”, leal porque nunca se opone a nada, menos a lo que dicen los jefes, por eso no lo cambian de su despacho y hasta se ha ganado la confianza de coroneles y generales que pasan y pasan sin que se mueva de su silla de engranaje. Aunque es una política que todo el personal rote por cuestiones de seguridad, él no lo hace y sigue siendo infiel a los principios de su cuerpo. Continúa cobrando sus dos sueldos al Estado y para él no funcionan las huelgas.


Una autoridad tiene a su amante trabajando bajo su régimen. Obviamente este régimen es especial con ella porque no sólo le otorga una serie de beneficios económicos sino rangos de poder el cual utiliza contra los que la miran mal. La autoridad por supuesto cede ante la intensidad de la falda y se acomoda como puede dentro de su jurisdicción. Aunque suele ser un tipo correcto ante sus vecinos, radical ante sus enemigos, amoroso antes sus hijos y caballero ante su esposa, se desarma ante las fauces de la libido tentador que día a día yace a un par de metros de su oficina.

La infidelidad, para este buen hombre, está en los documentos más no en el desvarío ocasional, puesto que si los documentos no se tergiversaran para el lado de las caricias de la amante y sus ambiciones, entonces no habría mayores problemas, el problema es que cada vez los documentos y los dineros tras de ellos, hacen de la infidelidad ya no una cuestión de dos sino de miles de involucrados.

Hace poco tiempo hubo un líder de polendas que pensó que dando la batalla desde el campo podría generarse una nueva sociedad. Donde la justicia social deje de ser una cita bibliográfica y sea el pan de cada día. Era honesto con lo que pensaba, trabajador con su causa y hasta ejemplo para los que saliendo de la ebullición de las ideas y de las aulas, lo miraban como un paradigma. Esa labor lo cotizó entre los poderosos, de tal manera que se convirtió en pieza clave para cualquier estrategia política, eso también lo condujo a vivir ostentosamente y alejado paulatinamente de sus raíces sociales.

Vivió a cuerpo de rey mientras pudo, comió a sus anchas y cobró por doquier, todo en nombre de los más necesitados que él, lógicamente ya no representaba. Su infidelidad llegó a tanto que le empezaron a apestar todos los lugares que antes había recorrido y las mujeres para él ya no eran las acompañantes sino las ocasionales. Las infieles en su caso no eran sus ideas sino las faldas que cosechaba con su poder de caudillo con dinero.

Un periodista dispara su mejor defensa sobre el amor a Dios y los terrenales cristianos en la misma dimensión en el que cada vez más se pierden entre los fangales del alcohol y la lujuria impía. Se levanta todas las mañanas persignándose y rogando que la publicidad, al menos por ese día, sea el mejor sustento y acreditación de que Dios, realmente existe para él. Se alista en su cabina rodeada de crucifijos y santos que él mismo no conoce pero a los que le rinde un culto sin ninguna vergüenza. Pero al salir de su cubil la vida le espera con regalos que él no se ofende en recibir y que su popularidad ha generado a lo largo de su locutoria vida.

Las citas del amor lo encasillan a tal punto que tiene que elegir entre ellas escogiendo por un orden de edad que mira al revés del prójimo, es decir, aplica el principio demagogo que la juventud a él lo rejuvenecerá y lo hará rápido y más próximo a sus ideales de reencarnación en lo más puro que hay en el universo: las niñas. Practica sagradamente de la liturgia cada domingo y por sus acciones de caridad es reconocido por su comunidad cristiana que también lo conoce en su otra faceta pero eso no importa porque cuenta que se imponga en el micro, que done sus remanentes económicos y que la feligresía crezca debido a su motivadora charla matinal sobre Dios y la fidelidad.

Y ni hablar de un magistrado que preside una de las salas más representativas de la justicia. Se supone que un magistrado es, por el ángulo que se le mire, la persona más honesta, esforzada y justa que puede haber dentro de la sociedad. Si para los fueros religiosos es el sacerdote el que debe acompañar su liturgia con las acciones de su vida misma, en la sociedad de leyes es el juez quien enarbola la magnitud de la pulcritud en todo sentido. Desde las formas ceremoniales y precisas hasta su intimidad, son el ejemplo a seguir. Nadie como él para irradiar lo sublime de la fidelidad, lo inalcanzable de la fe en el otro y la monogamia para con la ley en la misma dimensión que a la de su pareja. Cuando este principio se rompe entonces la vida nos resulta más digerible y empezamos a pensar que las canitas sociales al aire y las canitas personales pueden ser sólo un espejismo al cual acudimos para escapar de la realidad y volver a ella con menos pecados.