Recuerdo que éramos adolescentes
cuando un grupo muy reducido entre familiares y allegados nos pedían a los muchachos de barrio que acompañáramos con
pancartas a Jorge Velasquez en esa noche en la Plaza de Armas donde se iba a
poner “el chullo con orgullo”. Ya se había posicionado Luis Cáceres Velásquez
en la alcaldía y necesitaba alfiles que lo ayuden en el congreso. Jorge
Velásquez sería uno de ellos. El hábil locutor, abogado inconcluso de entonces,
la rompía en Melodía y su palabra era ley. “El burro blanco” no dejaría la
oportunidad de llevárselo entre sus filas del Frenatraca a alguien que
sostuviera su gestión.
La radio olvidaba al entrañable
Guido Díaz quien daba sus últimos zarpazos. Jorge Velásquez había descubierto la
pólvora en la radio y una virtud que nadie ahora niega: dejar intervenir a la gente sin mayor control. Desde la denuncia de barrio, hasta las
opiniones políticas se permitían, pero más las tandas comerciales. Una
innumerable fila de lectura que duraba más que el diálogo de los propios
invitados, pero nadie se despegaba de la FM. Jorge Velásquez apuntalaba el
comentario y aunque no había mucha profundidad si era inmensamente provocador. Esa
era su mayor virtud.
Podríamos decir que sus vecinitos
de entonces lo ayudamos sanamente en un propósito que siempre tuvo y que supo
alternar con el periodismo: la política. Jorge Velásquez debe haber sido el
único periodista de provincia que pasó piola en el congreso y que desde su
curul se permitió comentar y criticar la posición de sus colegas otorongos y seguir vigente para la radio luego del
desgaste y la mala reputación que en el curriculum de un (ex) diputado. Por eso
continuó hábilmente en la política militante e incluso tras bambalinas.
La opinión pública, creo, siempre
conscientemente perdonó esa dualidad, una virtud que ahora se castiga sin
miramientos sino observemos los ejemplos actuales de periodistas que quisieron
seguir esa ruta sinuosa de la política y terminaron casi borrados del espectro
de la aristocracia radial. Y no lo castigó el raiting, porque masivamente
intuyó que se trataba de la buena fe de un hombre y no del aprovechamiento habitual
en la fauna política.
Así, con esa misma cordialidad
que en las madrugadas apoyaba nuestras ansias de alcohol en el barrio y
nosotros retribuíamos con un sonoro ¡¡Jorge Velásquez Diputado!!, así incursionaba
en la política y el periodismo para no abandonar ninguno. Aunque los cánones y
la academia del periodismo puedan negar virtudes y códigos en este personaje,
nadie se imagina la historia del periodismo radial sin la presencia matutina, hábil,
vozarrona y polémica de Jorge Velásquez,
inmensamente popular.
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