Ha
llegado la hora de tomar en serio la acreditación en base a estándares reales y
efectivos en el sistema nacional educativo. Y no sólo el escolarizado sino en
todo los niveles desde el inicial hasta el superior. Esto de lucrar con la educación ha llegado a
un punto de desequilibrar el sentido de la competitividad en la educación, pero
sobre todo, elevar los niveles de equidad y comprensión y aplicación de lo que
realmente se debe aprender y qué significativo deben ser estas capacidades para
incorporarse a un país que crece en varios sentidos y que lamentablemente en el
campo educativo se relega por diversos factores.
Pero
acreditarse no significa – lo que hasta ahora están intentando algunas
universidades y colegios de “prestigio” en el país. Es decir, sólo cumplir con requisitos de
infraestructura o ameritar ciertos
concursos de desfile escolar o algún premio de matemática que alguna Ugel
entregó a un colegio. Más aún, considerando que estos organismos están plagados
de incapaces y que los directores – promotores sólo están buscando un rédito de
figuración.
Acreditar significa incorporar estándares únicos
pero flexibles de acuerdo a diversas realidades para que los colegios y
universidades se muevan y trabajen en función a estos niveles y sea permanente
su preocupación de mejorar en calidad. Esto asegura la mejor distribución del
dinero de esas instituciones e inclusive la suficiente autoridad – si es que se
va acreditando – para exigir recursos en base a su buen desempeño. Por ejemplo
la cantidad de alumnos por salón, los conocimientos mínimos en las diversas
áreas al termino de cada grado, la capacitación en determinados conocimientos
de los docentes, la utilización específica de materiales educativos y los procedimientos para los mismos y la
evaluación permanente y en el campo del cumplimiento de estos requisitos.
Todo,
en base a los aprendizajes esperados. No puede ser que un colegio muestre
decenas de gallardetes y éste sea un estándar (para ellos) para autodefinirse
como un buen colegio. Lo único que podría acreditar esta propaganda ingenua o
mal intencionada, es que sus alumnos perdieron más horas de clase en un
determinado tiempo, bajo la obtusa comprensión del sentido patriótico. O
exponer un único campeón en matemática o comunicación para definir una
generalidad mentirosa, es decir que por ese logro, el resto de los cientos de
alumnos también sean los mejores en matemática u otra área. La falta de una
sola acreditación ha hecho que, los que muestran estos supuestos logros,
tergiversen el sentido de la educación e
incorporen medidas y propagandas en los padres de familia para decidir por una
institución definida.
Lo
mismo sucede con las universidades. No se puede acreditar (como lamentablemente
se ha venido haciendo con las facultades de medicina a través de la ley 27954 de 1999 con la Comisión para la Acreditación de
Facultades o Escuelas de Medicina Humana (Cafme)) y decir que ciertos
estudiantes hacen investigación de esta carrera porque tienen una resolución de
su decano o tengan conocimientos de pediatría porque acreditan haber obtenido
un certificado. La acreditación incorpora estándares de medición para que en el
caso de investigación haya publicaciones y en el caso de pediatría esos alumnos
sepan actuar en casos definidos de atención en pediatría. Doy este ejemplo
porque algunas universidades muestran a su facultad de medicina como un “orgullo”
de acreditación cuando en realidad es una camarilla que se ajusta a sus
intereses y más estriba su preocupación en cumplir con el número de carpetas,
ventanas y laboratorios, pues en términos de docentes la cosa es peor, ya que presentan
a un médico general que en la práctica enseña cursos de varias especialidades.
Ante
esta necesidad nace el Instituto Peruano de Evaluación, Acreditación y
Certificación de la Calidad de la Educación Básica. (IPEBA) un organismo
que intenta que las instituciones del nivel escolar obtengan un estándar de
calidad que vaya de la mano con el crecimiento económico y atención a las
diferentes necesidades de los alumnos(as) en este nivel. Lo que debe fomentarse
es la decisión de fortalecer y otorgar capacidades que trasciendan un solo gobierno
de tal manera que los logros que puedan obtenerse no se desvanezcan. Cualquier
esfuerzo va de la mano con presupuesto y descentralización, sino toda intención
cae en saco roto, un signo de que un gobierno realmente no le interesa la
educación.
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