Hace unos días el gobierno por fin publicó
el reglamento de la Ley de Reforma Magisterial (LRM) con lo que empezó una
nueva etapa para el magisterio nacional. Esta vez la cosa está más clara en
relación a lo que
sucedió con la ley de
Carrera Pública Magisterial (CPM) que aprobó el gobierno anterior. En esa
legislación contemplaba, por ejemplo, las evaluaciones para el ascenso y
mejores remuneraciones que en casi cinco años de funcionamiento, nunca se
realizaron.
El gobierno aprista retrocedió ante el
escaso número de docentes que previo examen ingresaron a la CPM, además que
muchas detalles legales y administrativos, que son trascendentales para el
docente, quedaron al aire. Disminuida y poco socializada, la ley se debilitó
rápidamente, aún así, este proceso de implementación puso al sindicato entre
las cuerdas lo que facilitó que esta la LRM la sucediera sin mayores
sobresaltos.
Esta vez parece que la cosa es diferente.
Primero que todos irremediablemente ingresan a la nueva ley, dejando la
ambigüedad que existía entre los que estaban dentro de la CPM y la ley del
Profesorado 24029. Segundo, el anuncio de dos exámenes para los que vienen de
la ley del profesorado de manera casi inmediata, restará presión a las aún críticas
que hay de la LRM y sincerará los conocimientos, actualización, estudios y
rendimiento en el aula del profesor, digámosle antiguo o renuente o finalmente
aquel que se encuentra dudoso de cambiar de norma.
Tercero, la inminente convocatoria a un examen
de directores y subdirectores (se habla de 15 mil a nivel nacional) era una
medida más que urgente. Diríamos de emergencia, a raíz de la crisis generada en
los colegios por la mala gestión que cientos de docentes en estos cargos que
llevaron – entre otras cosas – a ahondar la crisis en la educación básica
regular. Cuarto, el rol ejecutivo que tendrá a partir de esta nueva ley el
director y la comunidad, será crucial para impulsar un resurgimiento (si alguna
vez estuvo en buenas condiciones) de la educación pública.
Ahora el director será sancionador y hasta
separador del cargo de los docentes que actúen contra la institución. La poca
identificación, el mal trabajo y las faltas administrativas, hasta ahora, eran
procedimientos interminables y cuando no, corruptos en los colegios, Ugeles y
direcciones regionales. Aunque algunos podrían decir que el director podría
convertirse en dictadorcillo, su renovación cada tres años, previa evaluación y
su formación mediante una convocatoria nacional, acredita en cierto modo que
actúe lo más disciplinadamente ya que la compensación salarial, a diferencia de
lo que pasa actualmente, es realmente significativa. Y claro, nadie qué esté en
estos cargos querrá despreciar un sueldo de más de cinco mil soles.
Otro punto que cuenta a favor sin duda son
los incrementos salariales en los diferentes niveles. Tal vez lo que debería
ser aclarado es la cantidad de plazas que se ofertarán para cada nivel en estos
dichosos exámenes de ascenso. Sin son escasos, entonces habrá un desánimo
generalizado en los maestros, que pudiendo aprobarlos, no serán ascendidos por
falta de cupo o peor aún empezarán los cuestionamientos en relación a las
presuntos exámenes dirigidos o con nombres y apellidos. Por eso también es
importante que se acredite a los organismos que llevarán adelante estos
procesos (tanto para directores y profesores) que pudiendo ser el ministerio de
Educación no deberán ser ellos para, precisamente, disipar la duda de la
manipulación de estos exámenes.
Esta podría ser una excelente oportunidad
para revalorar el trabajo del maestro en aula, tan menospreciado últimamente
por las autoridades y la población en general. Si no es directamente punitiva y
es básicamente motivadora de mejoras de vida y status social, entonces con esta
nueva norma la educación empezará a cambiar o se verán los resultados en la
próxima generación. Todos se llenan la boca indicando que la educación es
primero, que no hay sociedad desarrollada sin buena educación o que la
educación es el inicio de toda transformación. Esta es una buena oportunidad
para demostrar que en realidad hay intención de hacer las cosas bien. Este solo
hecho, más allá de encuestas o reelecciones, podría ser el primer paso para que
el gobierno pase a la historia.
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