lunes, 16 de junio de 2008

Mi padre




Mi padre no era el mejor, tampoco el peor pero era mi padre y siempre lo respete por eso, aunque también por eso sospecho que tengo la personalidad que tengo. Mi padre se vino a Arequipa cuando tenía 10 años a trabajar como cuidante de una chacra. Ahora enseño en un colegio de noche y muchos de los chicos que están en mi clase de alguna manera se parecen a él porque cuidan la chacra, se levantan a las tres de la mañana para llevar a las vacas al almacén de la leche. Duermen a las 10 u 11 de la noche y viven solos, en realidad con los animales que cuidan y con los pocos cuadernos y libros que logran juntar. Veo que uno de ellos tranquilamente pudo ser como mi padre, si no es por el hecho que a mi padre le gustaba el estudio de una manera enfermiza, por eso en los colegios fiscales donde estudió siempre ocupó el primer puesto y cuando ya entrado los veinte años ingresó a la universidad con honores para su época fue reconocido como un ejemplo para los suyos.

Como todos los muchachos de esa generación, fue rápidamente involucrado en los grupos de izquierda que reclamaban la justicia social vía el discurso y la intervención del estado. Era lógico – ahora lo pienso así – el mundo es injusto actualmente para entonces lo era más. Por eso también seguramente estudió filosofía y literatura con lo que no sólo confirmó su voluntad de cambiar al mundo radicalmente sino que a sus modelos y ejemplos les incorporaba una dosis de realismo, su propio realismo de mozote bar que tuvo que soportar para costearse los estudios y una esposa joven que empezaba a vivir los amores de estudiante escolar con un universitario taciturno, meditabundo, filosófico pero sobre todo corajudo. Así me lo imagino y esta bien que guarde esa figura de él.

Mi hermana fue la primera en venir, aunque en realidad la segunda porque Víctor el hermanastro mayor llegó años antes. Fanny fue su engreída por ser mujer y parecerse a él. Yo llegue tres años después con su mismo color pero con diferente rostro y Luís tres años después de mí. Dicen los que los conocieron por entonces que cuando llegaba a la casa de mi abuelo donde vivíamos ya entrada la noche y con copas encima nos cargaba como queriendo hablarnos como no lo hacía su carácter frío de sano. Era así y por eso lo recuerdo como una persona hecha a imagen de su sufrimiento de niño y adolescente que no supo controlar el alcohol y que se convirtió en un refugio analgésico para controlar la tristeza de estar en una tierra ajena y solitaria.

Pero más que eso, recuerdo sus clases, una en especial cuando era profesor en un colegio de un pueblo llamado Tinta adonde prácticamente nos rapto con mis hermanos para poder estar a su lado. El colegio se llamaba Benjamín Herencia Zevallos y él enseñaba quinto de secundaria. Yo quería saber como era ser alumno de secundaria pues sólo contaba con 8 años. Me acerqué sigilosamente por la ventana que daba a una callecita empedrada por donde pasaban los animales que regresaban de las chacras del vallecito de las frutas, y el estaba leyendo un libro pequeño y amarillo ante un grupo de 40 alumnos del 5to de secundaria. Me observó y me llamó, di la vuelta temeroso me entregó el libro y me hizo leer una página. Era Gonzáles Prada lo leí alto y fuerte y él me vio como su hijo, feliz de estar allí en medio del Apurimac y los cóndores de Aimaraes y fuimos felices por un rato al menos. Me admiró por esa lectura y yo lo hice por la soberbia con la que hablaba.

Pero después vinieron los tropiezos con el alcohol y la seducción de la política cada vez más armada que vivía el país. Regresamos Arequipa no sin antes conocer su tierra, volvió algunas veces y vivió entregándonos su sabiduría de Vallejo al que aprendí a recitar con él, pero lamentablemente la soledad terminó por fulminarlo y una tarde de noviembre del 92 nos dijeron que una ráfaga de sangre fulminó su cerebro producto de los aciagos brazos del alcohol. Lo fuimos a ver a la semana, lloramos en medio de una quebrada verde que daba hacia un pueblo de nombre Oropeza donde se enterró y donde permanece hasta que el destino termine por convencernos que lo mejor es hacer lo que él quiso en vida. Ambos hemos sufrido y por eso me alegro, porque de alguna manera su vida me ha enseñado que debo atender más a mi hijo Santiago, que debo decirle que es lo mejor del mundo. Feliz día del padre señor Felipe Tintaya. Te recordamos siempre

1 comentario:

Hector Tintaya Fería dijo...

a ver podría estar mejor peor bueno, vale la pena