miércoles, 4 de noviembre de 2009

La historia de la morena cantante



- Cómo se construye una historia de infamia contra un desconocido. Una diatriba de odio, no contra un hombre sentado, sino contra todo un pueblo echado.


La mujer observó que no podía tomar las fotos acostumbradas y empezó a buscar en su bolso de rojo y negro de “mariquita” con borlas de lana sobresalientes y con el cierre donde corresponden los pequeños dientes del animal en forma de mochila. Rebuscó y constató que no estaba. Entonces la cantante morena preguntó autosuficiente y con voz desgastada por haber cantado la noche anterior: “Búscala mujer, que no tengo todo el día” – le dijo para cortar la réplica que intentaba darle su asesora de imagen publicitaria que ya empezaba a desesperarse, no tanto por la máquina digital perdida y que quería utilizar para sacarle una foto a su jefa, sino por los gritos que empezaría a espetarle dentro de unos minutos. Puso la bolsa en el piso sucio del aeropuerto e intentó hacer una llamada con su celular antes que parta el avión que las llevaría de regreso a la capital. La morena se sentó altiva sin mirar a nadie, mientras una que otra mujer intentaba reconocerla pero dudando que se trataba de la artista que más le había cantado al desamor en las mujeres. Era como su diosa eventual para ese mayoritario porcentaje de despechadas que viven insultando al mal amor de los hombres por falsos, frívolos y hambrientos de purita carne que tanto había cantado en sus letras de criollada.


La muchacha marcó el número del hotel esperando que ahí encuentre una respuesta positiva. Le respondieron como se responde ante la inseguridad de no saber con precisión. “No sabemos”. Empezó a llover a manotazos, era las dos de la tarde, sin embargo en la mañana había estado caliente que, como si se tratase de un reloj y balanza, el cielo anunciaba que ponía las cosas en orden, ese orden también hacía retrasar los vuelos y en este caso no fue la excepción ni siquiera para la diosa de la criollada. La asistenta ahora sí empezó a temblar. Ella sabía que normalmente la morena no hablaba mucho porque había creído que hablar menos perduraba mejor su garganta, incluso alguna vez le comentó que no cantaría ni siquiera en el cumpleaños de su madre siempre y cuando no le pagasen. Eso lo podía confirmar porque en muy escasos programas de la televisión adonde le gustaba acudir la condición que imponía era no cantar a capela, no tanto porque algunas de sus colegas le habían dicho que no se merecía el rango que le habían insuflado, sino porque temía que los minutos en vivo podría restarle algo de dinero o voz.

Por eso cuando empezó a gritarle de su supuesta irresponsabilidad en la pérdida, ella empezó a verle en los ojos tan verdes como falsos, que estaba gritando de verdad. La asistenta no le quedó más remedio que acudir a la comisaría a poner la denuncia, ella también quiso ir para apurar con su prestancia internacional las gestiones de la Policía. Volvieron al aeropuerto esperando que los vuelos se normalizaran y en el trayecto y sin hablarse ambas mujeres pensaban en cómo podrían librarse del riesgo que sería ver las imágenes de la cámara fotográfica en Internet. Eran imágenes discretas, que no revelaban sino cuerpos regordetes paisajes de monte, comida tropical, gente cantando a coro y una que otra coquetería disforzada sumado a gestos obscenos. Pensó que llegaría las fotos a sus contrincantes de callejón o podrían ser vendidas al mejor postor de la basura televisión y su carrera supuestamente pulcra y diseñada en base a la identidad de todo un país, podría verse disminuida o de-repente destruida. En ese mismo norte y como coincidencia natural se encontraba pensando su asistenta que no pensó mejor idea que anticiparse a los acontecimientos y generar el escándalo del robo en banda.

Como muy buenas aprendices de la criollada – traducción- palomillada en serie y de callejón, creo la mejor artimaña asociando la fragilidad de algunos productores de una cadena nacional que no vieron mejor provecho que salir anunciado un desvalijamiento pomposo. Mientras tanto, el río serpenteaba en colores, en la ciudad los hoteles mostraban su mejor cara obediente a los buenos tiempos del turismo en la ciudad tropical y la gente seguía pensando que esta señora afro descendiente era uno de los mayores referentes de la cultura peruana. Y la gente de otros lugares así lo creyó también, por eso se armaron cadenas por Internet, lazos digitales anunciaban una vez más que los peligros habían cambiado el rostro angelical y verde que en un momento pintó la Amazonía. Las fulanas se rieron a carcajadas en los interiores de su habitación donde además duermen casi juntas pensando que habían puesto las cosas en su sitio. Llenaron de bebidas la habitación, chocolates y comida al paso para celebrar la victoria sobre los comunes, y, como en esas historias de antología policial que se convierten en la mejor cortina de humo que esconde escandalotes o levanta la imagen de alguien, en esta historia también resultó herido alguien. En realidad muchos, miles, cientos de miles, todo porque las damas así lo imaginaron en su afán de esconder esas fotos donde aparecen regordetes y flácidas.

Entonces no era tan morena, tampoco tan identificada con sus raíces, menos dama y menos buena artista, así lo demuestran sus antecedentes. No me molestaría ver algunas de esas fotos sueltas por ahí como una especie de venganza del Dios en el que no debe creer esta dama de la canción, menos mirar de frente cada domingo después de la misa.


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