miércoles, 23 de enero de 2008

Mi agüita amarilla



Hace un poco tuve que preparar una clase sobre la contaminación y el calentamiento global en el planeta para unas alumnas de un colegio donde la disciplina es orientada por una congregación de monjas y pensé: que puede llamar la atención sobre manera a un grupo de 30 inteligentes muchachas que en su mayoría tienen Internet en sus casas y que a cada segundo reciben esas cadenas alarmistas que se propagan como plagas por la web donde advierten con imágenes escalofriantes sobre el futuro de la tierra, amen del sufrimiento de los animales, de la mísera inversión en temas medio ambientales por parte de los países desarrollados o de la indiferencia de los Estados Unidos para acatar el tratado de Kioto y el estado climático en el cual parece que sucumbiremos.

En Iquitos siempre me llamó la atención este tema en función a la eterna discusión de las autoridades sobre la construcción de rellenos sanitarios con algo de decencia, las plantas de tratamiento urgentes, la verborrea y la insensibilidad de la mayoría para con el tema: pensaba: “Deben creer que, como el monarca Amazonas es inmenso el promedio de un cuarto de millón de heces que se emiten a diario al río debe ser insuficiente para amedrentarlo, peor aún contaminarlo”. ¿Un cuarto de millón?, preguntaban los alumnos. Por supuesto. Medio millón de buenos vecinos a medio kilo por cabeza, alucinen. Y los retorcía imaginariamente y hasta los pescados no eran tan sabrosos ya.

Pero con otros ejemplos y otras realidades y otras capacidades a de acceso a la información y debate la cosas parecía que se torna en un sermón. Aunque la propuesta de la creación del Ministerio del Medio Ambiente es un tema crucial del cual se puede debatir ampliamente y claro, la respuesta en edades adolescentes es siempre unánime por la aprobación de éste y su reforzamiento, entonces el debate no suele ser tanto- La motivación tiene que ir acompañada de modelos y ejemplos reales o accesibles a cada realidad, propias de un hecho común u silvestre que a diario podemos constatar de manera inconsciente, así que, como siempre, apelé a Internet y sobre todo a un grupo genial, Los Toreros Muertos.

En muchos lugares de México como en España hay canciones que, lejos de ser catalogadas como simples, burlonas y hasta intrascendentes, se han convertido en un modelo para ejemplificar la contaminación en el mundo. “Mi agüita amarilla”, es un ejemplo de este y Los Toreros Muertos (Molotov también en su versión mas dura) sin querer queriendo han hecho algo por esta lucha de pocos. La propuesta es fácil pero eficaz. Su agüita amarilla de Pablo Carbonell, rostro de los irónicos y desenfadados Toreros, recorre el mundo luego de haber bebido cuarenta cervezas y, de acuerdo a su estado de ánimo, su agüita pasa por debajo de la casa de su amada, de su trabajo, llega al río lo bebe el pastor, la beben las vaquitas (que luego comemos), baja al mar, juega con los peces y las merluzas que tuuuuu comes….

Aunque simple, desternillantes y provocadores Los Toreros explican que su agüita se vuelve vapor y cae a todos los patios a la alcaldía a la boca de los políticos y la beben con algarabía… “ y creo que he bebido más de cuarenta cervezas hoy y creo que tendré que expulsarlo”. Genial. No hay nada como Los Toreros, porque se pueden mear con canciones y de paso cachetear la insensibilidad de los que nos rigen. http://www.youtube.com/watch?v=ylWYxHU7ZP0. Será por eso que el rock (pop, heavy, chongo, etc, de los 80, no muere.



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