jueves, 5 de febrero de 2009

La institución personalizada



¿Por qué los caraduras son “tan así” realmente?

La peor tara de nuestra historia republicana que ha llegado a ahogarnos en estas últimas semanas tras escuchar uno y otro de los petroaudios (nacionales y de provincia) es la “Institución Personalizada” que no es otra cosa que la creencia de ser propietario de un organismo del estado – sea cual fuese el nivel de gobierno – por parte de una persona que siendo elegido o designado le atribuye a ese “beneficio” administrativo un carácter de obtener, por un tiempo definido o indefinido, la cualidad de propiedad privada de lo que está administrando.

Porque nuestro país y muchas de las regiones donde desborda los capitales por beneficios económicos gracias a los recursos, no podrá tener futuro como algunos políticos aspiran en sus discursos oficiales sólo si de hecho se desterrara la corrupción o se eliminara la pobreza. El verdadero reto, aún más difícil que el hecho mismo de superar nuestras taras históricas, es el de institucionalizar los organismos del estado, despersonalizarlos, volverlos autónomos y pegados a la norma, que, aunque lenta, primitiva y desnaturalizada, es cien veces mejor a un organismo cuyo jefe, presidente, alcalde, gerente, funcionario o simple trabajador actúa bajo los síntomas genéticos del mismísimo dueño de los recursos que maneja.

¿Por qué tanta naturalidad de Rómulo y compañía (s) al hablar de “negocios” con el Estado? ¿Porqué era casi natural y un derecho adquirido para ellos ingresar a Petroperú, Ministerios de Salud, Interior, diversos organismos etc? ¿Por qué la cualidad de facto de imponer tal o cual funcionario que esté de acuerdo a sus intereses y “objetivos comerciales”? ¿Por qué el éxito como sinónimo de faenones o las ganancias como un hecho natural de relación trabajador – salario? Acaso no es sólo un comportamiento natural y generalizado en los funcionarios y “jefes” en diversas instancias que observa el ciudadano día a día. Esa es la institución personalizada a la que también se referían Plinio Apuleyo Mendoza, Alvaro Vargas Llosa y Carlos Alberto Montaner en su edición de “El Regreso del Idiota” en alusión al idiota latinoamericano que en el Perú nunca se fue para regresar sino se quedó agazapado entre nosotros, escondido entre los militantes de un partido que hizo del concepto de la participación ciudadana en el poder una interpretación también personalizada entre sus gentes.

Esa participación ciudadana que debería democratizar el gobierno para convertirlo en un manoseado y famoso co – gobierno no es sino un engaño más que ha quedado en los genes de nuestros funcionarios, algo que han heredado en las venas y por ende no es extraño escuchar las excusas autoritarias para justificar un cargo y su labor dentro de el. Talvez es simplemente lo que describe este ensayo aludido de nuestra realidad cuando señala abiertamente y con una claridad de llanto que “esa participación no fue tal, sino una nueva oligarquía: la de los supuestos representantes del pueblo en la esfera del público”

Por eso observamos sin el mayor desparpajo como miles de personas aspirantes a una nueva categoría social empiezan a perfilar sin el mayor empacho su postulación o repostulación como una consecuencia casi directa de su trabajo político como si el cargo al cual aspirasen les correspondiera por el solo hecho de existir. Esa personalidad, ya no megalómana ni estrambótica o huachafa es en realidad una enfermedad de la que los peruanos no hemos podido salir (mejor aún, no hemos querido salir) porque significaría una nueva estructura mental a la cual no estamos acostumbrados, un nuevo orden de las cosas una nueva concepción, un nuevo rostro nacional un cambio total, algo que muchos hablan en sus discursos pero que en realidad esconde concientemente el verdadero statuo quo que necesitan para seguir existiendo.



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