Hace años conocí a una judía con la que hicimos radio en la selva
peruana. Entonces no era judía por decisión aunque sí por sangre y tradición.
Compartía los mismos gustos que cualquier joven DJ al poner música en la FM,
sobre todo la cumbia amazónica con la cual deliraba y la comentaba con la peculiar
picardía de una mujer tropical. Tenía las bromas en doble sentido a flor de
labios, era coquetísima, desenvuelta, solidaria y bailarina a rabiar.
Por este programa que
tienen los hijos de El Olam de repatriar a sus descendientes cuando demuestran
su herencia de sangre y cierto conocimiento de la religión hebrea y, a raíz de
las no tan auspiciosas condiciones económicas de la radiodifusión, un buen día
partió con mejor destino a medio oriente. Se fue con las ilusiones de encontrar
a los suyos y de paso empezar una vida con mejores beneficios económicos. Lo
hizo dejando al amor de su vida en plena selva.
El era metalero. Incrédulo para las ideas religiosas, austero al
hablar pero franco, muy franco y honesto con lo que pensaba. Cómo todo rockerom,
muy alternativo en una ciudad eminentemente bulliciosa y jaranera, era un anti
sistema y crítico de su entorno. Eso sí, muy solidario y sensible con el dolor
humano, de hecho era bombero y decir eso es bastante en un país que ni siquiera
remunera y menos reconoce a los bomberos.
El se quedó, como buen samaritano esperó a ver qué pasaba con el amor.
Si este descendía seguramente no habría llantos y si aún flameaba la llama,
seguramente el destino decidiría por ellos. Así fue, más pudo el amor por
internet, esa nueva forma de no perder el rastro del amor por las redes
sociales terminó por juntarlos. Se casaron y él se fue a vivir al otro mundo,
ahí donde la Palestina e Israel de cuando en cuando se desangran hasta las
entrañas.
Ahora que se ha desatado otra vez la violencia en la franja de Gaza,
las redes sociales y sus actores no podrían ser más elocuentes. Los amigos que
antes hablaban de los últimos hits tropicales y luchaban por el rating o
apagaban un incendio forestal ahora sólo comentan las desgracias de la guerra.
Y lo hacen con los argumentos que les da su nueva religión y su posición, a
veces pidiendo a Olam a veces mostrando las fotografías de los ataques
palestinos en las ciudades Israelies.
Y como la batalla también se libra en el campo de las comunicaciones
cada quien se esfuerza por estremecer al mundo con lo que está pasando en
Palestina. Sólo que la proporción es desmedida, porque como sabrán, a occidente
llega mayormente la posición israelí a través de los grandes grupos de la
comunicación. Sin embargo y como las redes sociales y la internet son
inevitables, también se hace este esfuerzo desde el otro lado.
Hay días que se publican fotografías de soldados judíos velándose y
hay otros terribles donde se muestran los cadáveres de familias enteras
palestinas siendo sacadas de entre los escombros. Niños de tres, dos, un año,
víctimas de un odio que sólo genera el fanatismo de la religión. Porque para
explicaciones hay muchas y para todos los gustos, desde la histórica
interpretada por cada uno para decir con toda su propiedad ideológica –
religiosa que ese territorio les
pertenece, hasta las razones estrictamente belicistas que comparan el armamento
con el cual se van hacer respetar si es que la (su) razón no lo hace.
Y ellos, la pareja fruto del ecumenismo, la comprensión o simplemente
el amor, antes de escuchar un vallenato o una cumbia de Los Mirlos o simplemente saborear algo de su felicidad, ahora
tienen que escribir y mostrar agazapados escenas de la muerte en Gaza. Mientras
eso hacen, los soldados de ambos lados siguen matando, sólo que en diferentes
proporciones e interpretaciones de cada bombardeo, pero igual llega la muerte
para los más desamparados y la comunidad internacional impávida esperando la
respuesta del padrino yanqui. Mientras tanto los niños en Gaza no saben si
mañana se levantarán.
lea esta columna en Cerbatanas de www.proycontra.com.pe
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