Se fue Rosita Nilson. Una de las mejores voces de la radio amazónica
Después de tanto tiempo he vuelto a realizar cierta rutina del periodista
policial. Aunque de manera referencial y la mayoría de veces a nivel
superficial he cubierto, más que casos o historias, estadísticas en una ciudad
cada vez más violenta. Y una vez más me ha vuelto a llamar poderosamente la
atención las ganas que tiene la gente de morirse o mejor dicho de matarse con
pana y elegancia.
Sobre todo de adolescentes y mujeres decepcionadas que a manera de llamar
la atención o tal vez por una intención no confesa de salir en una página
social- policial toman el ya famoso “campeón” o se cuelgan de alguna viga o en
el mejor de los casos se cortan las venas en el lugar adecuado y preciso que
puedan ser salvadas luego de salir expuestas y encontrar el afecto aunque del
extraño y del esquivo.
Aunque por supuesto, en esta ciudad, el anonimato y la confidencialidad y
hasta cierta ceremonia del respeto por las “presuntas víctimas” (casi siempre
es presunta) es lo que me ha llamado poderosamente la atención de esa fauna
especial que es el periodista policial. La mayoría de veces la muerte en estos casos
es en vano. Porque la noticia no va más
allá de la ceremonia del llanto para volver a renovarse con más crueldad al día
siguiente. Es un diario de la muerte que vuelve insensible e impávido a cualquiera ante la truculencia de
la planificación a priori de la víctima.
Pero este tipo de muertes contrasta diametralmente contra aquellos casos que
se aferran con todas sus fuerzas a la vida y hacen de ella un canto de
felicidad en medio de la desgracia. Este es el caso de Rosita Nilson, una
señorita de largos años que por propia voluntad
se enfrentó a la muerte a pesar que a cada rato la rondaba. Luego de una
vida solitaria, pero muy pretendida por galanes de toda talla que se arrodillaban
por un suspiro suyo, decidió que su mejor forma de vivir era contar cuentos por
la radio, estas historias que llegaban a sus oídos desde su vida en el monte
hasta su mirada muy particular de la vida urbana que le toco vivir como fruto
de su trabajo radial.
Era una señorita que no se permitía olvidar. Era toda una tarea histórica
que se había encomendado personalmente el tratar de recordar y grabar toda
historia que pudiera detallar con honestidad la vida del campo y la amazonía de
Iquitos. Y así lo hizo hasta que se lo permitieron y hasta que sus fuerzas se
lo otorgaron. Fundadora de un estilo musical hablado elegante y acogedor en el
micro, impostó todo un estilo que tal vez otros sin darse cuenta utilizaron
para ser más conocidos y reconocidos en una ciudad que lo olvida todo.
La olvida literalmente, porque hasta sus más allegados quisieron no
recordarse de “Rosita”. Aunque tal vez ella lo decidió de esta manera. No
quería ser una carga de nadie y siempre requería el tiempo en soledad de la
meditación para poder contar esas historias tan llenas de color e imaginación.
Tuve la oportunidad de conocerla en La Voz de la Selva y compartir durante
varios meses la misma vivienda y como toda una sabida que se antecedía a todo,
antes que lo pensara, sabía exactamente lo que tramaba o lo que había hecho en
presunto secreto.
Alguien debería compilar esas historias, publicarlas, difundirlas para
reconocer en ellas el alma de la oralidad amazónica. Aunque la muerte por estos
días y por ciertas horas parece haberme impregnado de un desdén por la gente
que se aferra a la parca sin razón, la noticia de la muerte de “Rosita” Nilson
me ha dejado en la certidumbre de saber que se ha perdido algo muy valioso que
en vida no supimos apreciar ni agradecer lo suficiente. Aunque los teoremas
dicen que toda vida es importante y de igual valía, no cabe duda que la
estadística fría no puede equivaler a uno cuando se habla de la muerte de
Rosita Nilson. Descanse en Paz señorita.
Lea la colmna Cerbatanas en: www.proycontra.com.pe
Muy por el contrario, la muerte para el que quiso vivir de verdad
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