miércoles, 28 de noviembre de 2012

Diario de la muerte



 Se fue Rosita Nilson. Una de las mejores voces de la radio amazónica

Después de tanto tiempo he vuelto a realizar cierta rutina del periodista policial. Aunque de manera referencial y la mayoría de veces a nivel superficial he cubierto, más que casos o historias, estadísticas en una ciudad cada vez más violenta. Y una vez más me ha vuelto a llamar poderosamente la atención las ganas que tiene la gente de morirse o mejor dicho de matarse con pana y elegancia.

Sobre todo de adolescentes y mujeres decepcionadas que a manera de llamar la atención o tal vez por una intención no confesa de salir en una página social- policial toman el ya famoso “campeón” o se cuelgan de alguna viga o en el mejor de los casos se cortan las venas en el lugar adecuado y preciso que puedan ser salvadas luego de salir expuestas y encontrar el afecto aunque del extraño y del esquivo. 

Aunque por supuesto, en esta ciudad, el anonimato y la confidencialidad y hasta cierta ceremonia del respeto por las “presuntas víctimas” (casi siempre es presunta) es lo que me ha llamado poderosamente la atención de esa fauna especial que es el periodista policial. La mayoría de veces la muerte en estos casos es en vano.  Porque la noticia no va más allá de la ceremonia del llanto para volver a renovarse con más crueldad al día siguiente. Es un diario de la muerte que vuelve insensible e  impávido a cualquiera ante la truculencia de la planificación a priori de la víctima.

Pero este tipo de muertes contrasta diametralmente contra aquellos casos que se aferran con todas sus fuerzas a la vida y hacen de ella un canto de felicidad en medio de la desgracia. Este es el caso de Rosita Nilson, una señorita de largos años que por propia voluntad  se enfrentó a la muerte a pesar que a cada rato la rondaba. Luego de una vida solitaria, pero muy pretendida por galanes de toda talla que se arrodillaban por un suspiro suyo, decidió que su mejor forma de vivir era contar cuentos por la radio, estas historias que llegaban a sus oídos desde su vida en el monte hasta su mirada muy particular de la vida urbana que le toco vivir como fruto de su trabajo radial.

Era una señorita que no se permitía olvidar. Era toda una tarea histórica que se había encomendado personalmente el tratar de recordar y grabar toda historia que pudiera detallar con honestidad la vida del campo y la amazonía de Iquitos. Y así lo hizo hasta que se lo permitieron y hasta que sus fuerzas se lo otorgaron. Fundadora de un estilo musical hablado elegante y acogedor en el micro, impostó todo un estilo que tal vez otros sin darse cuenta utilizaron para ser más conocidos y reconocidos en una ciudad que lo olvida todo.

La olvida literalmente, porque hasta sus más allegados quisieron no recordarse de “Rosita”. Aunque tal vez ella lo decidió de esta manera. No quería ser una carga de nadie y siempre requería el tiempo en soledad de la meditación para poder contar esas historias tan llenas de color e imaginación. Tuve la oportunidad de conocerla en La Voz de la Selva y compartir durante varios meses la misma vivienda y como toda una sabida que se antecedía a todo, antes que lo pensara, sabía exactamente lo que tramaba o lo que había hecho en presunto secreto.

Alguien debería compilar esas historias, publicarlas, difundirlas para reconocer en ellas el alma de la oralidad amazónica. Aunque la muerte por estos días y por ciertas horas parece haberme impregnado de un desdén por la gente que se aferra a la parca sin razón, la noticia de la muerte de “Rosita” Nilson me ha dejado en la certidumbre de saber que se ha perdido algo muy valioso que en vida no supimos apreciar ni agradecer lo suficiente. Aunque los teoremas dicen que toda vida es importante y de igual valía, no cabe duda que la estadística fría no puede equivaler a uno cuando se habla de la muerte de Rosita Nilson. Descanse en Paz señorita.

Lea la colmna Cerbatanas en: www.proycontra.com.pe




Muy por el contrario, la muerte para el que quiso vivir de verdad

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