jueves, 18 de diciembre de 2008

La Chica de la navidad


¿Solo la navidad representa la vida?




Intentó el suicidio por una vocación a la mala fe que había adquirido en el tránsito de frustración que había sido su vida. Era talvez una revancha contra el destino al que se había propuesto ganarle cueste lo que le cueste, por eso el suicidio inconcluso se convirtió en su manera particular de vivir en un motivo al que acudía normalmente en día de fiesta pero con un particular gusto en la navidad.

El acelerado consumo que tanto había reclamado por estos días el papa Benedicto XVI le plantearon una excusa más para volver a encerrarse en su humilde huerta al final de su casa que daba hacia un centro de diversiones, sentarse al pie del coco sin fruto y mientras observaba la marea de nubes pasar como un pelotón sin rumbo, pensar una vez en la muerte. ¿Por qué en navidad? Le preguntó una vez su desilusionada madre que ya se había acostumbrado a los pasillos de emergencia del hospital pobre, deambulando entre los medicamentos que le lavaran el estómago a su hija o que le evitaran el paro cardiaco. Alguna vez Abril la respondió que la fecha era propicia pues semejante alegría debería ser combatida por esos presagios que dictan que luego de la fiesta llegaba la tristeza y finalmente un poco de realismo a la vida podría volverla a sus cabales.

“No es acaso la fecha más propicia para que muera un cristiano? Le respondió también Abril a una y otra persona que acudían como una ceremonia habitual a velar por su salud y que por ese mismo cansancio habían perdido ya la fe en la mejor alumna del salón que alguna vez fue, aquella que había elegido la vocación casi sacerdotal de enseñar a los “niños con el ejemplo”. La Navidad pasada no fue la excepción y medio litro de pesticida en conjunción malévola con el mejor refresco natural y de la región fueron la cápsula que la condujo otra vez al páramo que significa el umbral de la muerte. Otra vez su labor quedó inconclusa.


No murió aunque esa última vez estuvo cerca, muy cerca. Recuerdo que aún permanecía a su lado y tanto procedimiento a la frustración me hizo pensar que talvez definir su intención era lo mejor para su alma en pena. Su costumbre administrativa del suicidio y el incremento veloz de las ventas y los regalos de la fiesta, la deprimió aún más pues mientras escuchaba que la situación económica era como para estar regocijado, por una extraña contradicción ella pensaba que más rápido debería marcharse de este lugar. Pero se recuperó como tantas veces Abril y hasta días después pudo acariciar la felicidad mientras caía en cuenta de repente que la navidad no deja de ser un día casi final del año y, aunque volvió a ver el mismo camino empinado que es el futuro al lado de su nuevo amor, por esas viejas circunstancias del mundo al revés que la rodeaba, este año volvió a sentir los mismos deseos de escapatoria aunque este año el vientre le jugó una mala pasada anunciándole que dentro de ella e involuntariamente la vida florecía,

Las luces de la navidad, los papeles dorados y plateados los arbolitos reventando de colores fulgurantes, las fotografías lejanas de la nieve en navidad y los señores de rojo y blanco regordetes que no sólo eran viejos sino también regalones y compradores de todo lo que salía en la televisión, volvió a encerrarla en su laberinto que anunció la muerte sobre su vida. Pero Abril se detuvo, quizá los vientos de sus 30 años le susurró que la navidad lejos del consumo y la infelicidad no deja de ser una estación donde el tren para sólo por unas horas y que la vida no significaba sólo esos objetos que jamás pudo adquirir. Volvió a ver las nubes que se atropellaban anunciando la vida, sintió el calor tropical distinto al que anuncian los almanaques para estas fiestas, arrojó la pócima, acarició su vientre y volvió a dormir esperando que la navidad pase lo antes posible.





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