miércoles, 7 de enero de 2009

La sorprendente Cathy





Eran tiempos en que Soda Stereo tocaba con fuerza, los cabellos de los imitadores del grupo se hacían a pura laca y en la televisión aparecía aún la encantadora Hola Yola. El grupo Río empezaba hacer sus pininos tratando de imitar lo que hace tiempo ya hacía Frágil. El Rock, para entonces, era una excusa para el corazón y aún no habían aparecido los valientes que experimentaban con este ritmo, sólo los imitadores de los grupos argentinos, los padres del rock latinoamericano. En ese entonces no había cable, se jugaba con el atari y las estaciones se distinguían por una clasificación de juegos manuales, de esa manera un tiempo para los trompos, otra para las cometas, otra para las bolas (canicas), otra para las caretas y así sucesivamente.

Empezaba a estudiar educación y fue una mañana de abril que por primera vez vi a Catherine en la cola de los que pugnábamos para entregar nuestras fichas de estudios. Era pequeña, talvez un metro sesenta o algo menos, morenita pelo ensortijado, pantalonetas de moda con flores multicolores horribles, pegadas al cuerpo que se conjugaban con enorme polo que tapaban lo principal. ¿Porque las mujeres utilizan esos polos que parecen piyamas si van a tapar lo que quieren mostrar?, me preguntaba para entonces mientras veía como sus labios despreciadores le hacían muecas a los administrativos que demoraban en darnos los cursos que íbamos a empezar a estudiar por largo cinco años.

“Tengo tiempo para acercarme” decía mientras sus amigas habían visto lo evidente de mis babas por una mujer que aún hoy, 19 años después, recuerdo con una indescifrable sensación de angustia y escalofríos. Confieso que durante el primer año hice todo lo posible por acercarme a ella, cuando mis cursos coincidían con su horario básico de profesora de inicial, intentaba cruzarme por los pasillos buscando que sus amigas Paola o Melany la empujaran hacia mí en un cortejo que suele encontrar más que un hola, un empellón que conecte en alguna medida nuestros cuerpos. Confieso que esa especie de toreo bastaba para llegar a mi habitación y escuchar a rabiar “Trátame Suavemente” de Soda Stereo, que por alguna loca razón, lo asocié siempre con Cathy, como la llamaban mis patas mientras me sonrojaba.

“Alguien me ha dicho que la soledad se esconde tras tus ojos…” Todo estaba bacán hasta que se acercó la serenata de aniversario de la escuela. Era el día perfecto, en realidad la noche perfecta para “caerle” en alguna medida, intentar encajar en esa mueca de indiferencia que tenía pero que en realidad era una invitación para ser miembro de su club personal. Para mí era una diosa a diferencia de la opinión de los patas que miraban miles de defectos desde el porte hasta el color canela de su piel, desde sus pelos ensortijados hasta sus piernitas delgadas que se perdían entre las estructuras de músculo de sus compañeras. Siempre respondí que lejos de esas “pequeñas” diferencias ella si tenía “estilo”, aunque de desprecio para todos, pero estilo finalmente.

Eran las siete de la noche y para comprobar que efectivamente algo de química se había iniciado en ella, me acerqué al corazón que le pinte cerca del muro que daba al salir de su aula de títeres y costura y para sorpresa mía, había una respuesta que me dejó helado. “Que tonto eres”. Podía significar que en realidad era tonto por no tener la valentía de acercarme, tonto porque hacía cosas entupidas como escribir un corazón a lapicero, tonto romántico, tonto de imbécil, en fin. No lo pensé más tomé valor junto con unas botellas de algún preparado que vendía “la tía meche” a sol cincuenta, la mire como terminaba de actuar vestida de arlequín y mientras tarareaba la canción “ Tenes que comprender que no puse tus miedos donde están guardados, y que no podré quitártelos si al hacerlo me desgarras, no quiero soñar, mil veces las mismas cosass…” vi que dos brazos enormes que pertenecía a un cuerpo de 1 metro 85 con una espalda que fácil hacían dos cuerpos míos se acerco para cargarla y con un poquito de amor la miró mientras sonreía con esa mirada burlona. No pensé en nada sólo supe que tenía una tarea de cinco años para quitarme al increíble Hulk de mi camino además de consolarme inutilmente pensando que la vio sin amor, si eso fue, sin amor.

(Este año serán más cerbatanas al corazón y la vida misma. Eventualmente coyunturales, sólo eventualmente. ¡Como me duelen estas cerbatanas!)

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