miércoles, 24 de junio de 2009

Los fantasmas de Bagua





- Para que una noticia como ésta nunca más nos suceda

Pasaban 54 días y la mayoría de congresistas miraban por sobre el hombro la protesta de una población en Bagua y zonas marginales. El 0.5% de población no era importante y mientras algunos nacionalistas intentaban poner el tema en las agendas de las comisión de Constitución del Congreso y el presidente regional de San Martín acudía al Tribunal Constitucional para ver si el atajo legal llegaba antes de las mecidas congresales, la Defensoría del Pueblo ya había anunciado que los decretos legales 1090 y 1064 eran inconstitucionales. No necesariamente por el fondo, pero talvez por la forma en que finalmente se plantearon, sin embargo esta disyuntiva era la que más se discutía para seguir “hueveando” a los que protestaban echados en la pista, armados de flechas y palos pero también de rabia histórica.

Más de 30 policías estaban de “rehenes” en la estación 6. En realidad era un acuerdo de convivencia pacífica mientras en Lima “solucionaban en infructuosas Mesas de Diálogo” donde se perfilaba un nuevo elemento político basado en las demandas indígenas amazónicas. Alberto Pizango, llenaba el vacío dirigencial de la selva y muchos nacionalistas y opositores veían en él a la oportunidad de complementar futuras fórmulas, por eso lo ensalzaban por un lado y lo amenazaban por el otro, mientras eso sucedía en la sorda Lima, los paros venían salpicando la realidad provinciana del oriente pues en Pucallpa, San Martín y Loreto Frentes y Asociaciones de Defensa de los intereses de estas provincias conducidos por Patria Roja y afines, saboreaban la posibilidad de dar el más duro golpe al gobierno provocador de violencia con discursos que partían desde la ultraconservadora boca de Alan García hasta del esquizofrénico balbuceo de la ministra Mercedes Cabanillas pasando por un desesperado Yehude Simón que se enfrentaba a su última oportunidad de jugarse sus créditos políticos ante semejante asonada.

Y finalmente sucedió lo que tenía que suceder ante la evidencia de los hechos escalonados. Cerca de las seis de la mañana del 5 de junio un contingente policial haciendo caso omiso a la situación de sus compañeros en la Estación 6, avanzaron en su intento de desbloquear la carretera a Bagua. Mientras lo hacían, los indígenas y demás respondieron con sus armas y sucedió la primera matanza. Un general del Ejército llega de paseo cuando el primer round termina y sin prestar auxilio a los efectivos y civiles se marcha con una complicidad casi similar a la de Pizango, con la diferencia que de sus órdenes podrían depender el rescate de los “rehenes”. Días después diría que no tenía “balines” y por eso no apoyó a la Policía cuando lo pudo hacer por el hecho mismo de situación de Emergencia en la que ya se encontraba la zona, jugaron otra vez en pared de los que quieren sangre en el Perú. Esa no es novedad. Los indígenas no lo soportaron y decidieron tomar la justicia por sus manos. Se dirigieron donde los rehenes y rabiosos por la misma forma y confusión en que silbaban las balas sólo comparado a la información de Radio La Voz de Bagua que complementaba lo caldeado de la turba que ya en esas instancias ya no razonaba, independientemente de admitir una cosmovisión distinta en su personalidad y mientras se contaban los muertos de ambos lados, los indígenas decidieron compensar a sus caídos llevando al monte 12 de los 38 rehenes matándolos como sólo sabe hacerlo el olvido interesado e histórico y la impotencia de ser minoría en el país.

Luego surgieron las excusas y meas culpas de toda índole. Aunque los medios nacionales intentaban seguir lejanos de las cosas, la envestida digital confirmó su peso en la generación de opinión pública y, claro, los periodistas internacionales destacaban también los análisis más desgarrados de lo que talvez en el Perú no quisimos darnos cuenta. Se habló de los porcentajes de entrega, concesión, exploración, privatización y/ o alquiler a transnacionales de territorio amazónico, de las condiciones de salud, educación y nuevo liderazgo en la zona para intentar explicar las decenas de muertos, mientras que en Lima se apuraba las cosas en el Congreso y lo que no se había hecho en 60 días ahora se terminaba en horas: Se suspendió los decretos y días después se derogaron los mismos, sólo así el gobierno inútil ante su decrecimiento en las encuestas, apostó por sentarse a “conversar” con los indígenas, apus, y líderes de las comunidades afectadas pero siempre apuntando con el gatillo contra el que para ellos es el responsable: Pizango Chota, quien se fue como asilado perdiendo la oportunidad de sacarle réditos a una posible “detención honrosa” que le hubiera dado un mensaje a su pueblo, finalmente cualquier gobierno tendría que haberlo indultado a más tardar en el 2011.

Pero no cayeron aún. El gobierno pensó que semanas después, así como habían aniquilado la figura de Simon haciéndolo pasar como el “duro” con los protestantes, ahora podrían darle un último suspiro tratando de conciliarse fotográficamente con las nuevas protestas que aparecían aquí y allá, pero se olvidaron que los problemas tienen una profundidad tan inmensa que tratarlos significa diversificar las estrategias comunicacionales y políticas y no imitar un modelo Fujimorista que fue tan exitoso como dictatorial y así como se crearon episodios falsos como una supuesta mano dura en el manejo de la violencia, así también termina por desinflarse todo. Y ahora sólo quedan fantasmas, uno de ellos es Pizango Chota al que creen algunos nacionalistas ser exitoso en su lucha cuando no es más que un desarticulador, un Congreso tan obsoleto que ya parece ser prescindible un Simon y una Cabanillas que deambulan en la peor imagen de lo que no debe hacer alguien con algo de poder y un presidente de la república que en vez de escribir sus teorías del Perro del Hortelano en obediencia a una fe ciega en el mercado internacional, ahora debería estar pensando en escribir las memorias de “El otoño del Patriarca”, para que uno como él, ojala nunca más nos suceda.





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