martes, 23 de febrero de 2010

El "Osquitar" y Magaly

“Osquitar” era un tipo aparentemente sin futuro, Magaly Solier era una hija de un pueblo donde alguna vez el estado con armas ingresó a matar a sus estudiantes hasta que fue nominada al mayor de los premios en la actuación.


Se vestía de manera petimetre, parco al hablar, miedoso al mirar. Medía un metro cincuentaitantos y era extremadamente flaco que provocaba la compasión, encorvado a manera de semi-paréntesis, con lentes enormes y cuadrados, dientes torcidos hacia adentro unos, hacia fuera otros y lo peor en este aspecto, apestaba su boca, por las mañanas al desagüe popular y por las noches a la comida del comedor popular que lo atendía a partir de las seis de la tarde: Se llamaba Oscar pero casi todos por compasión le decían “Osquitar”.

Era uno de los más aplicados de la universidad, de hecho había logrado terminar una carrera de ingeniería para empezar otra de letras que lo llevaría a complementar sus conocimientos de las ciencias sociales. Sino hubiera presentado su tesis de ingeniería agrónoma vinculado a los problemas sociales de agricultores, todos en las aulas de letras hubieran creído que se trataba de un loco que había perdido el rumbo tratando de encontrar una respuesta a su vida. Osquitar, como le decían, era el más apestado de la universidad y no necesariamente por su aspecto o sus olores corporales hediondos, sino por la inmejorable forma de aburrir y aturdir que tenía cada vez que intentaba explicar, informar o hacer amigos.

Había aprobado casi todos los cursos con unas extraordinarias AAA que significaba la excelencia, los profesores mediocres, como casi todos los profesionales que juran que las mejores respuestas son aquellas que no los contradicen, lo adoraban, pero de lejos no lo aceptaban entre sus franeleros especiales y sus grupitos de camaradería estudiantil que les aseguraba su permanencia en la enseñanza, era un caso raro, pues de lejos a él le correspondería ser uno como ellos, quizás superarlos con creces fácilmente, pues tenía algo que los docentes de ese entonces no tenían, dedicación a prueba de balas, un exhaustivo amor a la lectura memorística y una facilidad para el resumen que lo trasladaba a sus comentarios tan diestros y certeros que dejaba sin respuesta a todos.

Aún así era acomplejado, por eso nunca se le vio con una mujer al lado, nunca asistió a las fiestas gratuitas de la universidad y jamás intentó tomar alcohol, fumar tabaco o marihuana como se estilaba en aquellos que creían que los escritores del boom latinoamericano eran principio y fin. Daba lástima pues aunque hubiera asistido alguna de estas reuniones ahí sí hubiera sido humillado como a veces se lo te tenía muy bien merecido. Talvez era parte de esa personalidad tan profundamente andina ligada al sentimiento en base al azote del recuerdo. Era migrante como muchos en la universidad, sólo que él lo era en primer grado, en generación actual y eso en la escalera de la discriminación era el primer peldaño que habría que subir y que se borraba sólo con el tiempo a cuestas.

Pero el Osquitar se impuso -sobre todos talvez- sobre los que se reían de él alejándose mientras se acercaba, sobre las mujeres que jamás lo hubieran hecho su amigo menos su enamorado, se impuso extrañamente en un país en el que las oportunidades están establecidas en base al amiguismo, la corrupción o las preferencias sexuales, en una sociedad donde la tradicional currícula familiar pesa sobre los contenidos almacenados en la cabeza durante toda una vida. Triunfó el Oscar, al menos eso dicen los que ahora se acercan con las mismas fuerzas que lo despreciaban y no se si se ríe de ellos, porque hasta ahora deben estar pensando que no le corresponde lo que tiene y cruzan los dedos una vez que se alejan.
A mí me pareció insoportable porque era acaparador de conversaciones, un tirano de la sabiduría y hasta un mal merecedor de los laureles académicos por el simple hecho de pertenecer a un grupo migrante y sucio por vocación más no por naturaleza, pero jamás lo odié, al contrario, cuando pude me acerqué donde él porque en el fondo, desde un ángulo geográfico social o cultural, de alguna manera todos somos discriminados ante alguien, pero nunca me pareció un buen tipo, sí una persona, nunca un amigo.
Oscar y Magaly Solier, la bella actriz Huantina - ayacuchana nominada a los premios Oscar con la película que protagonizó, “La Teta Asustada” tienen algo que se parecen, son tremendamente telúricos y lo que la actriz sin querer queriendo o camuflada por las figuras del mimetismo y las piruetas de la actuación cinematográfica ha intentado reflejar no son sino el eterno sufrimiento de una clase social como la andina, sometida por un estado obtuso y movimientos terroristas que se enfrentaron dejando historias de reclamo social como el que se muestra en la película.
Lejos del fenómeno psicológico que representa La Teta Asustada en las mujeres violentadas sexualmente en público como manera de reprenderlas y enseñarles de que lado deben estar en tiempos de guerra interna, existe mucho sentimiento folclórico que habrá pesado seguramente para poder determinar que la primera película peruana nominada a este premio debió ser ésta y no, por ejemplo, una como Tinta Roja, que particularmente representaba un mayor drama del perfil psicológico peruano depositado en un director de un diario “chicha” que a su vez abusa de los pobres a su manera y ellos de él, también a su manera.

Pero “La Teta” se lo merece, por el simple hecho de ser la teta, por el simple hecho de que la actriz principal debe ser una de las mujeres andinas más encantadoras y lindas en todo sentido, que sin ambages ni reclamos ha sabido ganarse un espacio sin pisar a nadie y sin espetar a los que con sus comentarios, gestos o reproches expresaban ese sentimiento de discriminación tan nuestro. Se merece esta mujer que un día puede escuchar a Metallica, los Roling Stone y al día siguiente irse a su tierra a cultivar con sus propias manos el maíz ayacuchano (que dicho sea de paso, no es el mejor), pero que a ella le sirve para no sentir los complejos en una sociedad tan huachafa y cagona como la nuestra.

Si no gana, que chucha, al menos quedará la sensación que un tubérculo peruano introducido en una vagina, de donde además le empiezan a salir raíces, no mereció una estatuilla de oro porque seguro que existieron historias mejores para un mercado tan comercial como el americano. Y si gana entonces todos sabrán que existe un pueblo pequeño en medio de Ayacucho (donde tengo que ir de todas maneras) que en un mal día el estado con armas ingresó para matar a sus estudiantes por el simple hecho de protestar y que luego como fruto de esta y la violencia terruca que jodió el Perú, llegaron los hijos de la violencia aturdidos y sin rumbo para volverse pandilleros en una sociedad que aún no los acepta y sabrán también que en medio de estas tierras puede existir un Oscar que estudió a pulso de su voluntad y una linda flor de retama, dulce y olorosa como Magaly Solier que sin padrinos ni complejos y con pura naturalidad le ha dicho cachosamente desde su chacra a Alan García que jamás le aceptaría un “depa”. (así de respingada, como suena esa palabra en el Miraflores limeño)

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