jueves, 20 de septiembre de 2007

Adios Iquitos I


Desde un inicio me di cuenta. El ají charapita tiene mil sabores más que el rocoto de huerta arequipeño. Tiene mejor olor, es más pequeño (a) pero le da un sabor suficiente como para suprimir el resto de condimentos. Prefiero la carne de monte que el popular “charqui” que venden por quintales en los mercados del resto del país. Hay centenas de resultados con esta carne. A veces puede ser de venado, sajino y hasta de un sabroso mono. Admiro esa capacidad en la selva de suprimir todas las complicaciones semánticas y encajonarlo todo dentro de un solo rango para definir mil cosas. “carne de monte” que en realidad significan mil sabores, mil colores, mil noches.Y esas madrugadas en Ramírez Hurtado envuelto en las hojas de la madrugada y bijao viendo, pero en serio, el arco iris del amanecer con dos litros de ron en las venas y por si acaso algo de esperanza en el destino de las profesiones que escogí.
Saborear el caldo de gallina regional (presa presa) que al lado de la sopa resucitadora de la Av.Canadá en Lima, es un caviar. La salsa de cocona mezclada con el culandro (Sacha culandro) verde verde en medio del tacacho de Nanay a la sombra de las calaminas viejas y torcidas por el feroz viento que siempre amenaza y con el sabor a llovizna huarmi es imposible retirarla de mi memoria la cual, estoy absolutamente seguro, me castigará por el resto de mi vida si es que no cumplo con el objetivo que hice al llegar, escribirlo todo y para eso hay que tener la distancia suficiente.
Decía Beatriz, una amiga de España que ahora amenaza con volver porque no soporta dejar a sus ahijados, que la gente no extraña los lugares sino su gente. Las mesas de redacción, las comisarías, los hospitales, las morgues, los ríos pequeños, los grandes y temerarios, los parques, las calles llenas de voley y futbol, las tuberías vacías, el barro hasta las rodillas, mi primer barrio de fumones, el segundo lleno de bombas caseras, el tercero en la zona light e insípida de Iquitos y el último donde me han inventado todos los géneros que nunca pensé hubieran existido. Son estampas permanentes, indelebles.Una noche llegué a Iquitos cuando el cuadro de inscripción para obtener una plaza de nombramiento en Educación estaba por cerrarse. Sin conocer a nadie y sólo con la intuición del despistado que cree que es impune porque a nadie le cuesta su existencia, desprotegido y hasta irreverente, ya estaba trabajando en “el mejor colegio del mundo” cuando muchos de mis compañeros profesores y también los periodistas de Arequipa me buscaban como todos los fines de semana para calentarnos con un “Caldas” en el conservador parque del Espíritu Santo y bajo un asesino 4 grados de temperatura que, “si no te mataba, te dejaba loco”
.Con las mismas he buscado por los recodos de la ciudad caliente un espacio para disfrutar de las dos cosas que sé hacer. He corrido como sangre turbulenta por La Región, La Voz de la Selva y Pro y Contra, no he querido cansarme porque sino estoy seguro que muere mi pasión (además no tendría para vivir) por eso cada vez que despierto me reinvento para no perder el hilo de la coherencia, aún así, creo que no ha sido suficiente y ese maldito complejo sureño con el que nacemos los que nacemos en Arequipa al menos a mí nunca me ha funcionado. Nunca me ha gustado estar “al lado del camino y fumando mientras todo pasa” y aunque una de las cosas que más detesto es el egocentrismo y el periodismo para periodistas tengo que confesar que no hubiera podido digerir estos años si no habría conocido a gente tan valiosa e incomprendida a quienes les debo casi toda la imaginación y demonios que anidan irremediablemente en mí y que es necesario despedir o al menos intentar hacerlo con todo lo que se pueda tomar.

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