jueves, 20 de septiembre de 2007

Santiago


Santiago decidió viajar al desierto para conocer las pirámides pero principalmente para encontrar el tesoro que sus sueños tozudamente le habían encargado. No le importó dejar sus costumbres y formas, gentes y rutinas, abandonar la pileta de bronce de su parroquia, el ombligo del mundo. Cruzó el Mediterráneo y entre gente desconocida y una cultura diferente partió el caminó con sus pies para verse frente a la más grande de todas: Keops. Escarbando metros abajo para encontrar el oro la plata y joyas de sus sueños un golpe lo sacudió y tras de ellos los facinerosos del desierto lo asaltaron llevándose consigo todos los ahorros de su vida. En medio de los puños y diatribas, Fajardo, el delincuente mayor y el más salvaje de todos, notó que su hablar y sus formas no eran las propias por eso en medio de la turbulencia se detuvo para preguntarle.


¿Qué haces aquí forastero?, - Vengo siguiendo un sueño - le contestó Santiago ensangrentado y casi desmayado por el dolor. - Por un sueño vienes desde tan lejos dejando a tu familia y tu poca fortuna para perderte en el desierto - se burló Fajardo. – ¿Y qué sueñas, forastero?, le repreguntó. - Que cruzo el Mediterráneo y frente a las pirámides encuentro el gran tesoro que estaba buscando -. Fajardo entró en profundo ataque de risa y contestó. - Yo también sueño que cruzo el Mediterráneo y en la ciudad del frío, en una parroquia, exactamente en una pileta escarbo y encuentro oro y joyas preciosas y tú crees que voy a ser tan loco de dejar mi patria y mis costumbres para ir sólo en busca de un sueño -.


Santiago recobró el conocimiento, cruzó el Mediterráneo, llegó a la pileta y cuando escarbó encontró el tesoro de oro, plata y joyas se sentó en medio de la fortuna y se río con todas sus fuerzas. Pero Santiago, ahora, todavía no habla. Dice Yemira que me está esperando. Hace de todo, come bien, ríe mejor, corre, piensa rápido, mira televisión y opina entre dientes, arma sus rompecabezas y hasta escucha por celular, pero no habla.Primero da el paso derecho y luego el izquierdo, se tambalea como un columbio y parece que se cae pero no lo hace, vuelve a imponer su pie derecho y si alguien lo quiere ayudar grita, la mayoría de veces, o llora en algunos casos. Se cae sentado y puede comer tierra de vez en cuando y entonces conoce el sabor al desierto, se levanta nuevamente, vuelve a tambalear pero cuando escucha música vuelve a recordar el trópico y se estremece con el regeatown y no deja de bailar desenfrenadamente hasta el cansancio de la noche cuando cae dormido muy temprano porque normalmente madruga. Me dice Yemira que se levanta, se apoya en las perillas y entre las rejas recorre el inmenso diámetro que separa su cama de la ventana, le gusta ver el amanecer por los vidrios que dan a una calle pequeña y fría. Todas las mañanas espera y espera, no habla pero ya no te canses Santiago, que ya estoy yendo.

No hay comentarios: